Mitos, muros y proyecciones


Ahora, frente al mar, un vasto espacio ante mis ojos. En el límite de mi visión, una delgada línea separa dos tonalidades de azul. La llamamos horizonte. Sé que más allá está el océano, que hay otras costas y otros países. Lo estudié siendo niño y lo comprobé posteriormente viajando. Oliendo y tocando, como el incrédulo Santo Tomás. Sin embargo, nuestros antepasados llegaron a pensar que más allá de sus exploraciones se encontraban el caos y las tinieblas, el reino de lo ignoto. En la mitología griega y romana, Heracles o Hércules, tras separar Europa de África, estableció sus famosas columnas en el estrecho de Gibraltar, para marcar la última frontera navegable. Al menos, así lo narraba Estrabón en la Geografía de la época. Se consolidaba de este modo el mito del "non plus ultra". Para deshacerlo, había que arriesgarse a ser devorado por monstruos inimaginables o tragado por olas abisales. Ir más allá del saber de toda una época.
Tal vez sea éste el muro más difícil de traspasar; el que más obstaculiza nuestra propia evolución personal y colectiva como humanos: las creencias que limitan nuestra visión de lo real. Pero maticemos un poco más. Los mitos, mediante ficciones alegóricas, han tratado siempre de explicar el universo interno y externo. Durante largos periodos históricos, las diversas mitologías cumplieron la función de relatar cómo nacieron las cosas y de ofrecer paradigmas cohesionadores para dar sentido a nuestra existencia, al origen de la vida y a la tragedia de la muerte.
Desde este punto de vista, los mitos han cumplido también una función esencial para el desarrollo de la civilización y están arraigados profundamente en la psique colectiva. Se han convertido en patrones arquetípicos que explican y guían subconscientemente parte de nuestra conducta. Forman parte de nuestra herencia colectiva. Los héroes míticos de cada civilización eran modelos de inspiración y fuerza para el batallar cotidiano. Sus proezas transhistóricas se trasmitían de generación en generación como valores ideales a los que aspirar y por los que orientarse.
Hoy día vivimos en un mundo, al menos en los países de cultura occidental, que ha desechado totalmente su herencia mitológica y ha tenido que llenar el vacío resultante con otros mitos de cartón-piedra. Cantantes, deportistas, actores y políticos van ocupando, uno tras otro, los escenarios vacíos a los que se dirige la mirada de los miedos, la flecha del deseo de trascender la cotidianidad. Se multiplican los clubs de "fans" de "estrellas" consolidadas o de reciente creación mediática. Se subastan los objetos personales de las ya fallecidas e incluso se instaura el culto de algún "reaparecido", como Elvis Presley. Pero los mitos actuales caen con gran celeridad. No duran ni una generación. ¿Quién se acuerda hoy día de Che Guevara o de Ho Chi Min? ¿Cuánto tardarán en caer en el olvido Arafat o Fidel Castro como símbolos decrépitos de la independencia del pueblo palestino o de "la lucha contra el imperialismo". ¿Qué peso político real tienen mitos vivientes y premios Nobel como Nelson Mandela o Rigoberta Menchu?
Y mientras disfruto del vasto panorama que se extiende hasta el horizonte, no puedo dejar de pensar en los muros caídos y en los muros que se construyen cada día. El muro de Berlín, símbolo de la Guerra fría, no pudo impedir al final la reunificación alemana ni el desmoronamiento del Bloque soviético. El muro que está construyendo Ariel Sharon entre Israel y Palestina no está haciendo más segura la convivencia entre dos comunidades obligadas a entenderse, sino multiplicando los odios, la injusticia y las muertes. Las alambradas entre la frontera mexicana y estadounidense no han impedido a cientos de miles de mexicanos establecerse ilegalmente en Estados Unidos huyendo de la pobreza extrema. Ni el mar y la vigilancia atenta de patrullas y helicópteros pueden impedir la llegada a nuestras costas de centenares de marroquíes y subsaharianos que luchan simplemente por sobrevivir, empujados por la desesperación de su falta de horizontes. Igualmente arriesgan su vida los mozambiqueños para llegar a la República Sudafricana, atravesando un parque nacional repleto de leones, o son expulsados los haitianos que se aventuran en Santo Domingo, o los birmanos que consiguen llegar a Tailandia huyendo de la dictadura militar. Al otro lado de la frontera, siempre existe una mítica tierra de salvación, cuyos Gobiernos se encargan de desmentir día a día que sus países respectivos puedan ser el Paraíso soñado de quienes lo necesitan, en muchos casos, como meta que separa la vida de la muerte: su posibilidad de vivir o morir.
Estos muros actuales, visibles e invisibles, constituyen el nuevo mito de la defensa de la seguridad y del nivel de vida alcanzados por algunas minorías del Planeta. Sin embargo, todo el dinero y el esfuerzo empleados en la defensa de las fronteras nacionales cundiría más en eliminar las causas que impulsan la emigración a la desesperada. El "terrorismo internacional" y la imposición de los "valores democráticos" corren el riesgo de convertirse en los nuevos mitos políticos que sustituyan los casi ya caducos de "la inviolabilidad de las fronteras" y "la soberanía nacional", que se formaron con el surgimiento de los Estados-Naciones y se consolidaron con el proceso de descolonización. Mitos políticos que se convierten en muros para no afrontar profundamente y de cara la realidad que los sustenta.
En el plano individual, las personas pueden mitificar neuróticamente su vida para construirse una narrativa personal que las eleve por encima de la griseidad de su existencia y, en casos extremos, convertirse en mitómanos, en falsos héroes. Pero también pueden conectar internamente con patrones arquetípicos para aprovecharse de su fuerza potencial, que revela aspectos psicológicos de la personalidad y cómo intervienen éstos en el hilo biográfico de cada uno. Narciso o el enamoramiento de sí mismo y la imposibilidad de amar a los demás; Apolo y Dionisos como polaridad existente en cada uno de nosotros entre orden y caos, razón y locura, belleza estructurada y goce salvaje; Teseo o la búsqueda del monstruo interior; Tántalo o la imposibilidad de muchos de saciarse con lo que está a mano; Sísifo o el esfuerzo ímprobo y constante que nunca llega a conseguir su objetivo...
Con Rollo May, uno de los grandes psicoterapeutas de nuestra época, podemos afirmar que la conexión con auténticos mitos es un "proceso esencial para la adquisición de la salud mental" y que "el nacimiento y el desarrollo de la psicoterapia en nuestra era contemporánea han tenido su origen en la desintegración de nuestros mitos".
En realidad, los héroes míticos nos remiten a un viaje interior, del que nadie que quiera evolucionar conscientemente puede escapar. El patrón común de todos ellos los expone magistralmente Claudio Naranjo en su reciente obra "Cantos del despertar. El mito del héroe en los grandes poemas de Occidente" (Editorial La Llave, Vitoria), que muestra cómo las etapas en el viaje del héroe corresponden a las del viaje interior de cualquier individuo en el curso de su evolución psicoespiritual. El patrón es siempre el mismo: después de experimentar un "segundo nacimiento" aún les queda por hacer un viaje y un regreso al punto de partida, tras realizar su peregrinaje a través de una serie de pruebas.
En toda mitificación hay mucho de proyección. Ese mecanismo por el que se exterioriza un rasgo de carácter, un deseo oculto o un ideal. Los psicoanalistas hablarían de pulsiones que se consideran inaceptables para uno mismo. Ésta es la parte más conocida de la proyección: poner en los demás defectos, pasiones e intenciones que alguien no puede ver en sí mismo. El extremo patológico conduciría a la paranoia persecutoria. Pero, en el extremo opuesto, también se proyectan sueños, ideales, aspiraciones y cualidades. El adolescente llena su habitación de pósters de sus estrellas favoritas a los que atribuyen cualidades que les gustaría tener, en lugar de desarrollarlas por sí mismos. Muchos adultos (¿adultos emocionales?) compran revistas del corazón o viven pendientes, por medio de la televisión, de la vida de personajes de fama efímera, en lugar de poner su energía en rescatar los aspectos más interesantes de sus propias vidas o de desarrollar un potencial soñado, pero dejado de lado por ignorancia, comodidad o falta de estima en sí mismos. En este caso, también estos mitos artificiales y pasajeros hacen de muro que impiden realizar lo mejor de uno mismo.
Aunque todo esto parezca contradictorio, es muy simple. Existe un proceso de desmitificación sana, que lleva a asumir la propia responsabilidad y a recuperar la energía proyectada afuera y existe un proceso de desmitificación racionalista y chata que conduce al empobrecimiento del mundo y a satisfacer en falso la auténtica necesidad de coherencia y sentido de la vida con modas, eslóganes, lugares comunes y personajes virtuales de la farándula y del bronceado artificial. Un ejemplo de lo primero sería el abandono colectivo de gurus y falsos Maestros producido en la década de los años 90 y el inicio por parte de muchos buscadores de procesos psicoespirituales de transformación dentro de alguna Vía o disciplina reconocidas. De lo segundo, basta con mirar a nuestro alrededor para comprobar el deterioro de la profundidad y de la riqueza existencial proyectadas en los iconos prefabricados y en las imágenes instantáneas de consumo que unen ocio y negocio.
Desde una visión más amplia, todo lo que vemos, pensamos y hacemos no sería sino una gran proyección de la conciencia. En la filosofía hindú, todo el Universo es puro "maya", ilusión descarnada, imágenes creadas por nuestra mente. Sin llegar a este absolutismo que considera irreal, puro sueño, todo lo que nos rodea, podríamos cuestionarnos al menos en qué medida vemos la realidad y en qué medida queda oculta y disfrazada por nuestros prejuicios, creencias y miedos. Los ojos de quien ha despertado del gran Sueño no ven lo mismo que los ojos de quien sigue soñando. Nuestros párpados pueden ser el primer muro para no ver lo que hay frente a nosotros. Basta con abrirlos. Y si lo que vemos no nos gusta, tenemos que volverlos a cerrar, para contemplar nuestro universo interior, del que sólo es un reflejo el mundo que nos rodea. Cuando recuperamos lo que proyectamos fuera, nos responsabilizamos del grano de arena con el que cada uno de nosotros contribuimos a construir la realidad que vivimos.
Como escribió Totila Albert, un gran maestro contemporáneo, aunque casi desconocido: "En la mitad de la vida, el ser humano debe decidir entre lo ordinario y la muerte. Quien elige la muerte, nace". La muerte del ego que ha de experimentar en algún momento quien se aventura desnudo por los vastos parajes del Espíritu, sin mitos, muros ni proyecciones, para nacer a una nueva dimensión del Ser.

Alfonso Colodrón



| Inicio | Educacíon | Salud | Arte | Empresas |

Copyright © 2014