Transpersonal

Nadar y guardar ...la conciencia

Alfonso Colodrón

Un nuevo ciclo de amor con el agua

Nadar puede ser la oportunidad de volver a tomar contacto con nosotros mismos y recuperar nuestro propio centro

Una natación relajada proporciona la ocasión de poner conciencia en cada parte del cuerpo, para distender ciertos músculos y hacer trabajar otros.

     Cuando cumplí los cuatro años, mi madre me arrojó por sorpresa a una piscina pública para que aprendiese a nadar solo. Eso sí, con aquellos flotadores antiguos hechos de corcho, para que no me ahogase, y estando la piscina a medio llenar, para que no pudiera agarrarme al borde y me viese obligado a chapotear hasta la escalerilla. Mientras lloraba y gritaba de miedo y rabia, ella me aconsejaba impasible: "Cierra la boca, que si no tragarás agua". Estando aún dentro de la piscina, tomé una decisión vengativa: nunca más me acercaría al agua. Era mi primer contacto consciente con este elemento que simboliza las emociones.

    Sin embargo, la vida nos sorprende a un ritmo vertiginoso. Y lo que es peor -o mejor, nunca se sabe-, sin pedirnos permiso. Un año después, veía por primera vez el mar. Aquella visión de una masa azul que se fundía con el cielo del amanecer me dejó literalmente boquiabierto; todos los poros de mi piel se abrían de golpe, rendidos ante aquella inmensidad ilimitada que se ofrecía inmóvil en la distancia. Allí mismo se disolvía la venganza y se iniciaba un nuevo ciclo de amor con el agua.

El tao del nadar o fluir flotando

    Hay personas que son de secano y nunca han osado mojarse más arriba de los tobillos. No saben lo que se pierden. Puede incluso que no sean de tierra adentro, sino del litoral, como aquel viejo patrón de pesca que en medio de una tormenta frente a las costas del Sáhara me confesaba que no sabía nadar. El océano era para él simplemente el hogar de los peces y un medio de ganarse la vida. Nunca se había detenido a pensar que también había sido el origen común de los humanos, millones de años antes de que apareciesen los reptiles, las aves y los monos. No se le podía reprochar: su padre había muerto en una playa de Mauritania, con el vientre hinchado de agua, tras haber luchado contra las olas durante tres días y tres noches. Sabía nadar y su agonía había sido más lenta. Durante mucho tiempo, esta paradoja quedó grabada en los recovecos de mis neuronas, pero no impidió que mares, ríos, lagos, embalses y piscinas me atrajesen como un imán, y que rara vez resistiese la tentación de zambullirme en sus aguas, a cualquier hora del día y en cualquier estación del año.

    Muchos años después recibí la clave de Aroha, una joven samoana. Varias horas más tarde de que una fuerte corriente la arrastrase mar adentro, en medio de un Océano Pacífico que aquel día no hacía honor a su nombre, regresaba sana y salva a la costa. No había signos de cansancio ni temor en su rostro tranquilo. Simplemente se había dejado flotar, fluyendo en dirección de la corriente. Sabía por experiencia que luchar contra ella era inútil. Tenía la esperanza de que en algún punto cambiaría de dirección y estaba convencida de que el mar siempre devuelve a la tierra todo lo que no le pertenece.

    Desde entonces, nadar volvía a cobrar su sentido pleno. Podía uno salvar la vida en casos extremos, pero podía ser además un medio ordinario de entrar en contacto con verdades profundas, de aislarse por unos momentos y recuperar nuestro propio centro, tantas veces perdido en medio de la relación social. Con esta perspectiva, la natación deja de ser un deporte de competición para unos pocos, y se convierte en una vía de desarrollo personal.

   El simple desnudarse para ponerse el traje de baño -si no se tiene la oportunidad de estar en un lugar aislado o para nudistas-, puede convertirse en un ritual que simbolice el despojamiento momentáneo de las preocupaciones y de los problemas cotidianos. Es como dejar tras sí la pesadez del mundo terrestre, para entrar en un universo suave y sin resistencias. Si nos sumergimos unos instantes para bucear, penetramos en un silencio casi absoluto lleno de misterio. Aunque estemos rodeados de gente en una playa o en una piscina, es posible entrar en uno mismo, cuando se deja de lado todo deseo de exhibición. Cuando no se pretende nada, todo se nos da por añadidura. Basta con entregarse únicamente al agua y al movimiento.

Nadar a gusto es una mezcla de "trucos" y experiencia

     Cada brazada cobra entonces sentido en sí misma. Rítmica y relajada, ayuda a distender todos los músculos y a liberar el posible estrés acumulado. Esto es aplicable en cualquier estilo que utilicemos. Si nadamos al ritmo que nos dicta el cuerpo, sin preocuparnos por alcanzar ningún lugar determinado, sea el borde de la piscina, la otra orilla del río o un punto de la costa, no alteramos la respiración. Y si la respiración se mantiene constante, es casi imposible cansarse. De hecho, es aconsejable nadar sin interrupción durante todo el tiempo que nos hayamos concedido para ello.

     La respiración es una de las claves esenciales de este otro modo de nadar. Resulta que al nadar practicamos uno de los milenarios principios de la respiración aconsejada por el yoga hindú: hacer una expiración más larga que la inspiración. Normalmente esto se hace de modo natural durante la natación, pero podemos ampliar aún más la expiración, tomando únicamente aire cada dos o tres brazadas, según la capacidad pulmonar de cada cual y la velocidad a la que nademos. De este modo conseguimos eliminar el máximo de aire viciado de los pulmones y oxigenar mejor todas las células del cuerpo. Al cabo del tiempo, se reduce el ritmo de las ondas cerebrales y entramos en alfa, estado previo de cualquier relajación profunda.

   Nadar de este modo refuerza el mantenimiento del tono muscular y el restablecimiento de la posición normal de los discos vertebrales. A lo largo del día, utilizamos rutinariamente unos músculos en detrimento de otros. Unos se tensan y otros quedan semiatrofiados. Una natación relajada proporciona la ocasión de poner conciencia en cada parte del cuerpo, para modificar su exceso de actividad o su pasividad. También podemos aprovechar para corregir los malos hábitos posturales. Por ejemplo, es muy normal cuando se nada echar el cuello hacia atrás; esto obstaculiza el riego sanguíneo hacia el cerebro y contrae levemente los hombros. Cuando nos damos cuenta de ello, es más fácil mantener el cuello estirado y relajar los hombros; basta con dirigir la mirada hacia abajo y no hacia el frente.

     La natación proporciona además una de las pocas ocasiones que tenemos de permanecer a la horizontal. Cuando dormimos cada noche, los discos vertebrales, que actúan como los muelles, vuelven a estirarse, recuperándose de la presión que supone el peso ejercido por la cabeza y el resto del cuerpo en la posición vertical diurna. Durante la natación, podemos hacerlo conscientemente y en un estado de flotación. En este estiramiento debe ponerse atención en no arquear la espalda, llevando ligeramente la pelvis hacia adelante. Pueden aliviarse así muchos dolores dorsales, debidos a escoliosis o lordosis leves, a malas posiciones cuando estamos sentados o a tensiones acumuladas durante las actividades cotidianas.

   Cuando estos pequeños trucos han sido incorporados como un hábito que no nos cuesta ningún esfuerzo, podemos dejar flotar la atención, tomando conciencia de la sensación de frío o de calor en la piel, o de la expansión y contracción de los músculos. Se dejan pasar los pensamientos como si fuesen peces que se cruzasen con nosotros. A los pocos minutos, es posible entrar en un estado de meditación en acción, en una especie de éxtasis en que se funde el agua del que se compone nuestro propio cuerpo con el agua que nos rodea y en la que flotamos. Ésta deja de ser un elemento cuya resistencia tenemos que vencer para avanzar, y se convierte en algo más que un aliado: se transforma en una prolongación entre nosotros y el mundo. Pero esto es sólo una forma de expresarse, porque en esos momentos desaparecen los límites entre nosotros el agua y el mundo: sólo existe una vasta paz en movimiento.

   Aprovechemos para nadar, antes de que el agua se convierta en un bien tan escaso que sólo podamos servirnos de ella para consumirla embotellada. Es una de las pocas actividades recomendadas para todos los públicos.

                  Antes, durante y después

Antes

1.-Es recomendable hacer unos sencillos ejercicios de calentamiento antes de meterse en el agua para nadar: Movimientos de cuello -cinco amplios gestos de afirmación con la cabeza, cinco de negación y cinco laterales, como si las orejas quisieran tocar el hombro respectivo.

2.-Diez brazadas en el aire como si se estuviera nadando al crawl y, a continuación, diez hacia atrás, como si se estuviera nadando de espalda.

3.-Cinco rotaciones de cadera hacia un lado y cinco hacia el otro, como se estuviera haciendo girar un aro (el antiguo hoola hop).

4.-Permaneciendo sobre un pie, o sentados, hacer girar primero un tobillo, cinco veces hacia adentro y cinco hacia afuera, y a continuación el otro.

Durante

Si se nada al crawl es más beneficioso para compensar los músculos respirar alternativamente a izquierda y derecha (por, ejemplo, cada tres movimientos de brazo). Así, no se hipertrofian los músculos de un hombro y lado del cuello, en detrimento de los músculos opuestos.

Después

1.-Hacer diez lentos ejercicios respiratorios al borde de la piscina tomando el máximo de aire -por la boca o por la nariz- y expulsándolo bajo el agua. La exhalación debería ser superior a la inspiración.

2.-Distender todos los músculos bajo el agua, efectuando los movimientos que nos pida el cuerpo, como si fuéramos muñecos de goma completamente relajados.

3.-Dejarse flotar bocarriba, en posición inclinada, manteniendo sólo la boca y la nariz fuera del agua. Este ejercicio es excelente para obtener una total relajación y para aumentar la confianza en la flotación natural del propio cuerpo. Sabremos así que en caso de calambres o cualquier otro percance, podemos mantenernos a flote sin hacer nada a la espera de ser socorridos e, incluso, avanzar con movimientos de los miembros que podamos utilizar.

4.-Antes de secarnos o tomar una ducha, es conveniente soltar todos los músculos. Se sacuden cabeza, brazos, y piernas suavemente, como si estuviéramos escurriendo las gotas de agua. Conviene, por último, no llevar a cabo actividades que requieran un gran esfuerzo muscular durante, al menos, media hora.

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