TRANSPERSONAL
La cultura del agradecimiento
A pesar de haber estudiado y trabajado en Francia algo más de
un lustro, cada vez que vuelvo al país vecino, sigue sorprendiéndome
agradablemente la despedida de los panaderos, vendedores de frutas en
los mercados, libreros y comerciantes en general, después de
haberles comprado algo: "Au revoir, Monsieur. Merci". "Hasta
la vista, caballero. Gracias". Algo tan sencillo como agradecer
la elección del comprador entre otros posibles competidores me
parece mucho más que una norma de buenos modales en un mundo
en que damos todo por hecho: que funcionen la luz y el teléfono,
que nos vacíen los contenedores de basura cada día, que
los bomberos apaguen fuegos, cobrar el sueldo a final de mes, poder
comprar siete días a la semana casi a cualquier hora, que amanezca
cada día o que canten los pájaros al alba...
Sin embargo, basta con que se produzca un apagón o una avería,
que haya una huelga de servidores públicos -que no otra cosa
son los funcionarios y contratados por la Administración-, que
los comercios cierren por vacaciones, que las aves emigren o se mueran
por exceso de contaminación, o que amanezca una semana seguida
fría, lluviosa y tarde, para que empecemos a echar en falta todo
eso que creíamos adquirido para siempre.
En otros casos, sólo después de una tragedia como el derrumbamiento
de las Torres gemelas de Nueva York, es cuando cobra relevancia la labor
de colectivos hasta entonces casi anónimos, que adquieren de
repente el rango de héroes: los bomberos. O sólo cuando
las bombas arrasan un país como Afganistán, sale a la
luz, con reconocimiento y admiración, la labor de cierto médico
italiano que llevaba ya varios años fabricando y ajustando piernas
ortopédicas a los miles de afganos víctimas de las minas
antipersonas.
En España, salvo tal vez los camareros después de una
propina o cuando recibimos un regalo, no somos muy dados a expresar
las gracias. Dar las gracias a los padres simplemente porque nos engendraron
y a las madres porque nos dieron a luz. A las personas buenas o eficaces,
sencillamente por serlo. Sólo cuando se mueren las añoramos
o nos arrepentimos de lo que no expresamos en su día. "¡Qué
bueno era!", oímos cuando ya no tiene remedio ni los oídos
del finado escucharán estas simples palabras, que tal vez en
vida hubieran necesitado oír para salir de un bache o para que
supieran lo importante que eran para nosotros o lo mucho que las admirábamos.
En otro orden de cosas, nos hemos acostumbrado a que muchos funcionarios
públicos y bastantes empleados privados nos traten como si nos
estuviesen haciendo un favor por informarnos, tramitarnos un expediente
o realizar un servicio, sin darse cuenta d que su sueldo sólo
se justifica gracias a que existimos miles de personas que solicitamos
sus servicios. Tal vez sea estresante para un médico de la seguridad
social tener la sala de espera llena de pacientes o para un funcionario
de Hacienda tener ante el mostrador una larga cola que atender Pero
es la existencia de esas colas las que hace que muchos profesionales
no tengan afortunadamente que engrosar otro tipo de colas como las del
paro. En estos casos, tendríamos derecho a exigir un trato agradecido
y a no ser tratados como simples números de expediente.
Por mi parte agradezco a todas y cada una de las personas que acuden
a mi consulta la confianza que me otorgan, y suelo hacerlo cada vez
que se produce el intercambio: el precio de la sesión terapéutica,
que no es sino energía del paciente transformada en dinero, por
el tiempo dedicado, que no es sino la condensación en cincuenta
minutos de toda mi experiencia vital y profesional puesta a su servicio.
El verdadero agradecimiento no parte de un sentimiento de carencia ni
de un deseo de volver a recibir, sino de una actitud realista y humilde:
existimos en interrelación, y gran parte de nuestra existencia
sólo tiene sentido gracias al otro. No habría funcionarios
si no hubiera contribuyentes y administrados, vendedores si nadie comprara,
policías si nadie infringiese las leyes, pintores ni cineastas
si todos fuéramos ciegos, músicos si el mundo se volviera
sordo o escritores si no existiesen los lectores.
Cuando escribo, tengo la sensación de lanzar al mar botellas
con mensajes, sin saber a qué costas puede llegar. De vez en
cuando, alguien me comenta que le gustó tal o cual artículo;
que tiene una prima que sigue puntualmente la serie; recibo un correo
electrónico pidiéndome algún dato o un mensaje
en el contestador expresando lo mucho que le conmovió un determinado
tema. Pero lo normal es que escriban a la redacción. Desde estas
líneas, doy públicamente las gracias a todos los lectores
y a todas las lectoras que alguna vez han dedicado su tiempo a reflexionar
conmigo al hilo de esta sección, titulada "Sinapsis"
(relación entre asuntos no conectados entre sí a primera
vista).
El mes pasado recibí por persona interpuesta la larga y meditada
carta de un joven lector. Me llegó en un momento de falta de
impulso para continuar puntualmente con la tarea mensual de poner por
escrito las informaciones, sentimientos, anhelos y vivencias que voy
rumiando a lo largo de los meses anteriores a la entrega. Gracias, Coke,
por esas palabras y por haberte tomado el tiempo de ponerlas por escrito.
El momento de recepción y el contenido de la carta me hicieron
renovar mi fe en la existencia omnipresente de las sincronías:
cuando estamos atentos y actuamos impecablemente podemos tomar conciencia
de que cada una de nuestras acciones engarzan puntual y armónicamente
con las de aquellos que han actuado desde su centro y al compás
del ritmo de su corazón, y viceversa.
Como la difusión del contenido de una carta es responsabilidad
del destinatario y no del remitente, que se abre generosamente a quien
la dirige, y además confía en él, me permito resumir
y entresacar algunas frases:
"Hace un año que sé de ti gracias a la revista 'Espacio
Humano' y te aseguro que mes a mes la espero con gran impaciencia...
Creo que la gente está tan metida en sus vidas... que ha olvidado
por completo el sentido intrínseco de ésta, reduciendo
el espíritu al amor en pareja o en familia. Se quedan así
con un solo ojo, que no puede ver la profundidad que tiene todo el universo.
Sé que todo el mundo no es así y deseo de corazón
que más y más gente se mire en el espejo con los dos ojos
bien abiertos y se olviden de todas las maldades, materialismo, nacionalismos,
dualidades y falsas verdades que están llevándonos a la
ceguera total. Ojalá nos centremos en lo único que es
realmente importante: el AMOR... Es el amor la única llave que
abre todas las puertas y no necesita de soluciones rápidas...
Yo intento utilizar esa llave día a día y repartirla con
mi música... Cada mes tú me regalas otra copia de esa
llave. Gracias".
¡Qué fácil es dar las gracias y devolverlas cuando
se sienten de verdad¡ ¡Y qué fácil sentirlas
sinceramente cuando estamos abiertos a los dones que la vida nos hace
llover continuamente! Dones que suelen venir normalmente a través
de los demás: familiares, amigos, compañeros de trabajo,
vecinos, conocidos o personas que encontramos al azar en nuestro camino.
Es habitual que muchos libros empiecen con una larga lista de agradecimientos.
Sobre todo los libros de autores anglosajones. Agradecimientos a los
colegas que aportaron ideas, a la esposa o marido que aguantó
las largas horas de encierro del cónyuge, al editor, al corrector
de pruebas, a los amigos que leyeron el manuscrito, a la secretaria
que lo pasó al ordenador... Estas listas pueden parecernos largas
y aburridas, pero nos recuerdan que un libro, como cualquier otra tarea,
es el resultado de una labor colectiva. Incluso las obras del genio
más solitario, pongamos por ejemplo los cuadros de Picasso, deben
mucho a los pintores que le precedieron y a todas las personas con las
que el pintor se relacionó en su vida, que hicieron posible que
ésta se desarrollase como se desarrolló. Entre ellas hay
que incluir a sus sucesivas parejas, que le enraizaban emocionalmente,
y al personal de servicio que cocinaba o limpiaba mientras él
pintaba.
Desde esta perspectiva, dar las gracias no es una simple norma de urbanidad
ni un uso de cortesía, sino una actitud ética, una postura
existencial, que se inculca desde la infancia. Desde los cuatro o cinco
años, puede educarse a niños y niñas a pedir las
cosas por favor y a dar las gracias, al igual que podemos pedirles las
cosas por favor y darles las gracias. Este comportamiento evita la formación
de niños tiranos que gritan "¡agua!" o "¡bocadillo!",
y de madres y padres víctimas, que se quejan de que sus vástagos
son ingobernables, desordenados o insoportables, cuando éstos
llegan a la adolescencia.
Es posible que la sociedad actual se halle entre la infancia y la adolescencia
emocional. No es de extrañar, pues, que una gran mayoría
vaya a lo suyo, como si el mundo fuera una gran piñata en la
que quien es más rápido y empuja más se lleva más
"chuches" y caramelos para llenarse los bolsillos.
Desde la experiencia personal aseguro que es tan gratificante recibir
las gracias como darlas. Por ello, propongo fomentar la cultura del
agradecimiento, empezando por nosotros y continuando por nuestros hijos
y allegados. Centrarse más en lo que nos dan que en lo que nos
quitan; en lo que recibimos que en lo que damos; en las cualidades que
en los defectos; en el elogio que en la crítica y la queja. Y
este agradecimiento no se limita a los favores y servicios que mutuamente
nos prestamos a diario unos a otros, sino que se centra esencialmente
en una actitud interior de agradecimiento por la vida, la salud y aquellas
pequeñas o grandes cosas que hacen que nuestra existencia sea
más segura y más cómoda.
Y voy más allá. Propongo desde la mañana hasta
la noche una actitud de maravillamiento ante el amanecer. La actitud
del poeta que puede ver la belleza en una flor o en un charco, en una
factura o en una nube. La actitud del místico que acepta cada
circunstancia como parte de un proceso más amplio, cada instante
como la Eternidad misma, cada ventura o cada prueba como una misma manifestación
del soplo del Espíritu. ¡Gracias!
Alfonso Colodrón
Terapeuta gestáltico
Consultor transpersonal