TRANSPERSONAL
¿Qué hacer ante circunstancias adversas?
Cuando Pepa Belmonte, alma y motor de "Verdemente"
desde hace casi una década, me propuso participar en un foro centrado
en esta pregunta, estaba absorbido en un asunto jurídico y mercantil
que me dejaba poco tiempo para reflexionar y escribir. Pensaba despachar
la respuesta con unas consideraciones etimológicas y algunos refranes
populares, ya que la etimología nos lleva a la raíz de las palabras
y, por tanto, a la esencia de las realidades que intentan nombrar,
y la sabiduría popular nos remite al sentido común. En medio de
esta tarea, el asunto en cuestión "se tuerce", las circunstancias
parecen darme la espalda y, de repente, toda mi energía queda liberada
para pensar, tomar conciencia de las emociones que me habían invadido
y ponerme al servicio de esta comunicación.
¡Qué sincronía!, digo para mis
adentros. La vida me pone en bandeja, y de un modo existencial,
la respuesta a la pregunta. Pero entonces, me doy cuenta de que
no tengo una respuesta única, de que no poseo la fórmula mágica
ni la píldora milagrosa. Cada circunstancia adversa exige una solución
distinta, si la planteamos como un problema. Sin embargo, "adverso"
significaba en su origen algo "vuelto hacia". De aquí,
una persona que se vuelve hacia nosotros enfrentándonos -"adversario"-
o una ocasión que "se vuelve" en dirección contraria y
nos da la espalda.
Si miro profundamente la situación
en la que me encuentro, sólo veo que mis deseos han sido frustrados,
que el asunto en cuestión pierde certidumbre y ello me produce miedo;
que se retrasa su resolución y esta demora me parece una pérdida
de tiempo que me encoleriza; que un proceso que podría fluir fácil
y armónicamente se llena de aristas, desconfianza, oposición y controversia.
En esos momentos, me siento y me pongo a meditar. Las aguas vuelven
a su cauce. Siento que ha aumentado mi tolerancia a la frustración
y que mi cólera inicial se ha apaciguado.
En realidad, los acontecimientos
siguen su curso, pero no exactamente en favor exclusivo de mis intereses;
tampoco conforme a mis planes estrictamente pautados. Decido no
dejarme arrastar por la emoción, la del orgullo herido, y no romper
la baraja. Ya he roto bastantes barajas en mi vida y siempre salí
perdiendo. Con el tiempo, tomo conciencia de que no hacía sino añadir
adversidad a mi adversidad. A eso se le llamaba antes ir a por el
"fuero" en vez de ir a por el "huevo". Es decir,
perder lo sustancial, lo material, el interés principal, en aras
de la "justicia", la "verdad", la "razón";
en definitiva, quedarse muy digno, pero "en pelotas".
Si llueve, basta con abrir el
paraguas en vez de liarse a paraguazos con la lluvia o lanzar improperios
a las nubes amenazándolas con el paraguas cerrado. No nos oyen y
seguirán lloviendo hasta que quieran. Por ello, los agricultores
siempre aconsejaron que "al mal tiempo, buena cara". Ante
la adversidad, sonreír. Ganaremos en salud y retrasaremos la aparición
de las arrugas.
De la sabiduría oriental, transmitida
por mi abuela a través de mi madre, entresaco un consejo que siempre
han repetido "en circunstancias adversas": "Ver
venir, dejar pasar, estarse allá". Que yo traduzco por:
estar atento al momento en que las cosas pueden empezar a ser difíciles,
esperar a que escampe y agarrarse al propio centro para mantener
el rumbo que nos habíamos marcado. Casi parece un consejo salido
de uno de los "bestsellers" más antiguos de la Humanidad:
El arte de la guerra, de Sun Tzu (la Editorial Edaf ha editado
dos tomos de bolsillo y, más recientemente un magnífico libro ilustrado),
filósofo-guerrero chino, del que numerosos discípulos recopilaron
sus enseñanzas entre el siglo II y VIII de nuestra Era. "Es
mejor ganar sin lucha; ésa es la distinción entre el hombre prudente
y el ignorante". Ésta constituye una de las máximas que resume
todo el espíritu de este tratado de estrategia militar, que aún
hoy día siguen estudiando militares, diplomáticos, ejecutivos y
buscadores espirituales. Es ésta una mezcla de lectores aparentemente
contradictoria; pero la filosofía taoísta que destila cada una de
sus máximas es fuente de sabiduría que no hace distinciones entre
sus posibles bebedores.
Cuando se miran las cosas a toro
pasado, la adversidad no era tan trágica ni tan insuperable. En
todo caso, nos aportó sus enseñanzas, nos hizo madurar y, sobre
todo, nos dio la posibilidad de comprender y acompañar a quien está
atravesando circunstancias parecidas. Por haber atravesado alguna
que otra profunda depresión a lo largo de mi vida, puedo sentir
auténtica empatía por quien está en el fondo del pozo y, sobre todo,
tengo la inquebrantable confianza en que podrá salir. Nada es definitivo
en esta vida y siempre tenemos los recursos para sobrellevar y superar
las pruebas del camino. Eso es lo que he aprendido.
Cuando era joven no podía comprender
a quienes se deprimían; me impacientaba, quería solucionarles la
vida inmediatamente; les reprochaba que no siguiesen ninguna de
las soluciones que yo les proponía, sin darme cuenta de que, precisamente,
ése era el problema: su falta de voluntad, de energía, de motor
y de meta para ponerse en marcha. Cuando el horizonte se oscurece,
creemos que es de noche para toda la Humanidad y para siempre. Pero
el amanecer es continuo en algún lugar del planeta y también en
algún rincón del alma. Basta con estar en el lugar oportuno, encontrar
ese resquicio por donde se cuela la luz, o esperar a que se acabe
la noche y se anuncie el alba.
A veces somos nosotros mismos
los que nos buscamos las circunstancias adversas por ignorancia.
Cuando estamos en pleno berenjenal no nos damos cuenta de los errores
que nos llevaron a él, pero quizá podamos reconocerlos poco después.
Estupendo. Lección aprendida para no volver a suspender la asignatura.
En otras ocasiones, las circunstancias son objetivas, nos llegan
porque sí; tal vez de modo absurdo, kafkiano, emocionalmente insoportables.
¿Qué hacer? No sé de antemano. Cada cual tendrá que atravesar las
suyas para crecer. Sí aprendo cada día a acompañar con paciencia
y cariño a las personas que me llegan, hasta que alcanzan su propio
potencial.
El niño se cae una y otra vez;
llora y lo levantan. Poco a poco va levantándose sol, tal vez animado
por los ánimos de los padres y cuidadores. Casi sin darse cuenta,
de repente es adulto. Un adulto capaz de levantarse solo a cada
caída y de no ahogarse en el charco de sus lágrimas. Con el tiempo,
es una persona madura capaz de reír y llorar, de sufrir y gozar,
de atravesar tempestades y desiertos, cruzar valles y escalar cumbres.
Es capaz simplemente de VIVIR en medio de la adversidad y de las
venturas que la VIDA proporciona a todo ser humano. Se ha convertido
en un guerrero del corazón.
Alfonso Colodrón
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